viernes, 4 de enero de 2013

Madrugadas

Leyendo a Fayad Jamís cuando debería estar estudiando. Poesía que se vuelve más importante que todo lo demás.


Abrí la verja de hierro,
Sentí como chirriaba, tropece en algún tronco
y miré una ventana encendida, pero la madrugada
devoraba las hojas y tú no estabas allí diciéndome
que el mundo está roto y oxidado. Entré,
subí en silencio las escaleras, abrí otra puerta,
me quité el saco, me senté, me dije estoy sudando,
comencé a golpear mi pobre máquina de hablar,
de roncar y de morir (tú dormías, tú duermes, tú
no sabes
cuánto te amo), me quité la corbata y la camisa,
me puse el alma nueva que me hiciste esta tarde,
seguí tecleando y maldiciendo, amándote 
y mordiéndome
los puños. Y de pronto llegaron hasta mí 
otras voces:
iban cantando cosas imposibles y bellas, iban
encendiendo
la mañana, recordaban besos que se pudrieron
en el río,
labios que destruyó la ausencia. Y yo no quise decir nada
más: no quiero hablar, acaso en el chirrido
de la verja rompí cruelmente el aire de tu sueño.
Qué importa entrar o salir o desnacer. 
Me quito los zapatos
y los lanzo ciego, amorosamente, contra el mundo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te propongo un intercamnbio de palabras, sinceras, aunque, éstas sean robadas:

Busca mis ojos, toma mi mano acércate, este es tu sitio, esta es tu taza de café. No diigas nada, dices con la mirada más de lo que crees.

A la deriva, llevas el alma en el timón, vas por la vida, sólo escuchando el corazón. Buscas un puerto buscas un cielo abierto, lejos del dolor.
Tanto camino, tanto buscarte en otra piel, a tu destino querías mantenerte fiel. Princesa herida, del teatro de la vida, cambia tu papel.

Saludos voz errante. A. P.

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