lunes, 22 de agosto de 2011

Tresviso y la vida


"Soy casi un beso del infierno,
pero un beso, al fin."
Joan Manuel Serrat

La imagen corresponde al río Deva, inicio de la subida al pueblo lebaniego de Tresviso. La totalidad de la ruta se puede ver aquí (que por cierto, esta foto es de mi tío Ernesto). Fue muy dura. Hubo un tramo en el que no comprendía qué hacía yo allí, subiendo aquello. Pero valió la pena. El paisaje es maravilloso y el camino vibra de una manera que toda palabra es vana e insuficiente. Tresviso es un pueblo al que tengo mucho cariño por memoria histórica y por memoria genética. Y la subida nos enseña algo que las nuevas generaciones ya hemos perdido por el camino: el esfuerzo que suponía poder comer todos los días, el valor de lo artesano, el daño que nos hacen las comodidades, anulándonos y limitándonos. Eso me lo hizo ver claramente Consuelo, hija de Lauriano, que el camino que tanto nos había costado a nosotros tenía que hacerlo todos los días (varias veces) con el "ganao". Muchos me dijeron: "¿y por qué no lo hiciste en coche?", a lo que sólo se puede responder desde la objetividad: "porque no se puede". No se puede porque el coche no resiste el desnivel y las piedras y porque no se puede a nivel humano. Lo que da la subida a Tresviso no me lo había dado ningún camino antes, y eso que ahora ya lo hacen muchos turistas y que uno de sus paisajes es una canal que porta agua de un sitio a otro de Liébana (es decir, que el paisaje es muy bonito, pero no es el mejor paisaje de la provincia ni mucho menos). La subida nos recuerda aquello que fuimos antes de tener extensiones artificiales, nos recuerda aquello que podemos ser si todo el artificio se termina. Algo que debemos recordar más a menudo, porque la frontera entre el lujo y el consumo y la miseria no sólo se encuentra entre "los nortes" y "los sures", sino en determinadas firmas de determinadas plumas en determinados despachos. Tresviso recuerda nuestra debilidad como ser humano, algo que de cuando en cuando nos hace volver a pensar en nuestro sitio, tan alejado del centro del universo y tan próximo a aquello de lo que queremos prescindir a diario como si no fuera nuestra afortunada deuda: la naturaleza, esa utopía (no lugar) al que en vano podemos regresar. Si alguna vez existió el paraíso, se encuentra en lo que nunca tuvimos. Los lugares en los que no hay cobertura, un coche no puede pasar, puedes coger higos y moras y beber agua directamente del río, como Tresviso, nos abandonan por haber claudicado ante lo que no es eso. Pero Tresviso nos da una oportunidad, aunque sólo sea para contarnos lo que nos queda por destruir y el precio de hacerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario