A veces pienso que cada barrio tiene su mendigo particular. Incluso, si es muy grande o el barrio vale la pena, puede que se cuelen dos. El mío tenía dos, no porque sea más especial o porque valga la pena, sino porque tiene dos inmaculados cajeros para dormir por las noches. Ahora sólo queda uno, no sé que fue del otro. Era un hombre de mediana edad, delgado y la espalda curva, que utilizaba unos pantalones siempre por encima del ombligo. El que aún continúa no es ni alto ni bajo, con algo de melena desaliñada con algunas canas y barba, y es asiduo a hacer anormalidades, lo cual le da mucho más caché como vagabundo. A veces te dice
hola guapa con voz trasnochada y apestando a vino
Don Simón, con baba en los labios. Hoy estaba apoyado en los carteles del tranvía y se iba deslizando verticalmente hacia abajo hasta que adoptaba una posición tan incómoda y ridícula que tenía que deshacer lo recorrido y volver a empezar. Se podría decir que es un buen vagabundo. No molesta, no roba, y le da un aspecto interesante a las noches de mi barrio, cuando está metido en alguna manta de cáritas, con suerte, o en unos cartones, con frecuencia, en el cajero más amplio de los dos que hay. El estrecho lo suele utilizar menos, porque por paradójico que suene, es más concurrido. En el grande, a veces ya está durmiendo cuando algún usuario necesita sacar dinero, mostrándo a su vez la patética diferencia entre ambos. Simplemente, le bordea ligeramente, saca los cuartos, le vuelve a bordear y ahí le deja, apestando, abandonado.

Fotografía que saqué cerca de la estación de Sants, en Barcelona. 2007
1 comentario:
Disfruté el retrato casi cinematográfico, que hiciste con mucho cariño, de aquella entrañable figura del paísaje urbano : el vagabundo.
Y claro. Fueron desapareciendo las puertas cocheras de antaño, las cuales, al abrirse con su característico chirrido, permitían acceder a unos recónditos lugares donde pasar la noche.
Puertas cómplices, hoy en día sustituídas por infranqueables murallas a mano de unos despiadados ejércitos de códigos y cámaras, y en las grandes urbes, hasta se llegó a cerrar las puertas de las iglesias y de los templos : las vías del Señor se hicieron, la verdad que sí, cada día más impenetrables.
Así fue como, paradojícamente, a nuestros desgraciados vagabundos no les quedó otra que acudir en busca de cobijo, a aquellos templitos emblemáticos de nuestra Era (los cuales eso sí que no cierran nunca) : los distribuídores de recortes de papel que hacen girar el mundo,con tan solo pulsar la pantalla, y entregar el Santo y Seña.
Un pequeno Santo y Seña en forma de abismo, entre ese que lo teclea, y aquel, que reposa en el mismísimo suelo.
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