El otro día, en uno de los pocos días que ha hecho de verano en este precioso pueblo sin cobertura del norte de España, estaba en la playa. Escuchaba una de esas canciones bonitas que te obnubilan irremediablemente, con el sol tropezando en mi piel poco bronceada. De pronto, unos gritos de niño llorando se colaban por mis oídos, entorpeciendo la escucha de una de esas canciones preciosas que...
En realidad fue muy molesto. La madre del niño que lloraba había decidido que el niño quería un helado (un poco tirando del humor de Gila, cuando decía aquello de "un jerséi es una prenda que se pone un niño cuando su madre tiene frío). Cuando vino la madre con el helado, el niño le dijo que gracias, pero no lo quería. La madre, pseudoenfurecida, comenzó a gritarle, diciéndole que si no se comía el helado se iban a casa (reitero que era un día precioso de verano). El niño (eran las 16h, además) le recordó que él no había pedido ese helado, y que no quería irse de la playa, por favor. Empezó a llorar, y cuánto más lloraba más le gritaba su madre lo desconsiderado que era por no comerse el maldito helado. Que se iba a enterar, que se iban a ir y que no iba a ver la luz del sol, poco menos. El niño le pedía, le rogaba que no se fueran, que quería jugar. Al final la madre le cogió por el brazo y se lo llevó. El niño lloraba desconsoladamente: no se quería ir. Y la madre le decía venga, y tú sigue, así lo arreglas.
Me pareció tan absurdo que estaba por acercarme adonde estaban ellos, decirle mire señora, deje al niño jugar en paz, darle los dos malditos euros del helado y de paso, comérmelo yo. ¿Vale la pena que un niño pierda un día de playa por una maldita madre empecinada? Coñe.
sábado, 15 de agosto de 2009
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1 comentario:
Situación surrealista, madre un tanto subnormal.
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