viernes, 3 de junio de 2011

El poeta pasea siempre por su imaginación, limitado por ella.
Y ya sabe que su sentido imaginativo es
capaz de entretenimiento; que una gimnasia de la imaginación
puede enriquecerla, agrandar sus antenas
de luz y so onda emisora. Pero el poeta está en un triste
quiero y ni puedo a solas con su pasaisaje
interior.
Oye el fluir de grandes ríos; hasta su frente llega la
frescura de los juncos que se mecen "en ninguna parte". Quiere
sentir el diálogo de los insectos bajo las ramas increibles.
Quiere penetrar en la música de la corriente de la savia en el
silencio oscuro de los grandes troncos. Quiere comprender el
alfabeto Morse que habla al corazón de la muchacha dormida.
Quiere. Todos queremos. Pero ni puede. Porque, al intentar
expresar la verdad poética de cualquiera de
estos motivos, tendrá necesariamente que valerse de
sentimientos humanos, se valdrá de sensaciones que ha visto y
oíd, recurrirá a analogías plásticas que no tendrán nunca un
valor expresivo adecuado. Porque la imaginación sola no llega
jamás a esas profundidades.
Mientras no pretenda librarse del mundo puede el poeta vivir
contento en su pobreza dorada. Todas las retóricas y escuelas
poéticas del Universo, desde los esquemas japoneses, tienen
una hermosa guardarropía de soles, lunas, lirios, espejos y
nubes melancólicas para uso de todas las inteligencias y
latitudes.

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