Aleksey Savrasov, Han vuelto los cuervos
(encontré la imagen en un foro neo-nazi, ¡yupi!)
El pasado sábado 15 de Diciembre, estuve en el concierto a cargo de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, dirigida por Manuel Hernández Silva con el siguiente repertorio:
M. Gálvez: In Memoriam “...un día de invierno como
algunos poetas desearon...” . Obra
encargo del Festival. Estreno absoluto
Tchaikovsky: Serenata de cuerda
Shostakovich: Sinfonía nº 12
Hay algunas cosas que, así de entrada, molestan: Alexis Cárdenas, que estaba anunciado como solista para el concierto de ese día, nunca apareció -ya que probablemente, haya sigo un error de la organización, pues las obras no son para violín solista-. Ello no sería problemático si los promotores del festival de música de Canarias hubiesen dado alguna explicación a nosotros su adorado público -aún la estamos esperando-.
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La obra de Gálvez está inspirada en un poema que escribió Salvador Fernández-Vivancos, un buen amigo del compositor, a a su padre que fallecía en 2008. El compositor, allí presente, tuvo la cortesía de leernos el nombrado poema, de una crudeza desgarradora. Debe ser por mi gusto contracorriente pero, mientras que en general, por lo que pude tantear, la obra desagradó, a mí me pareció, lo menos, muy interesante. Desde mi punto de vista, la pieza se divide en tres grandes bloques, que representarían tres momentos ante la muerte: la noticia del fallecimiento, la rabia y la impotencia y, por último, la recomposición de la vida sin el fallecido (lo cual adquiere especial sentido en referencia a un familiar tan cercano como un padre). Con una estructura sorprendentemente circular, el principio y el final se unían con un diálogo solístico entre la flauta, el clarinete y el fagot, con un acorde tenuto en el resto de la orquesta que iba en crescendo hacia la segunda parte, de gran fuerza. Es cierto que su debilidad principal es que en la parte central, que yo he llamado de la rabia y la impotencia, ese ánimo por mostrar, supongo, la incomprensibilidad y la inconmensurabilidad de la muerte, hace que el mensaje sea muy oscuro: ni las melodías, ni el ritmo ni el diálogo entre los instrumentos es claro. Ya lo advirtió Gálvez: no buscaba con esta obra contar una historia, sino poner en clave musical sus sensaciones con respecto a la muerte. Pese a que tendría que escucharla algunas cuantas veces más, me pareció muy sugestiva y capaz de captar la gravedad de la muerte, que nos mantiene en la pulsión de la limitación.
De resto, considero que la relación "programática" entre Gálvez y Tchaikovsky no fue excesivamente acertada pues, aunque la Serenata del ruso tiene un gran poder dramático, cambia radicalmente el carácter de la audición. Y esos cambios o quedan muy bien o quedan muy mal. La interpretación de una obra tan compleja como la Serenata fue, desde mi punto de vista, recargada y anodina. Es, quizá, el "problema" de Tchaikovsky: tiene tantas posibilidades que puede no decir nada. Pese a fragmentos muy brillantes, el director se limitó, con perdón, a hacer un más o menos coherente uso del piano y el forte. Con Shostakovich recuperó el respeto de los rusos, aunque tocaron la sinfonía del tirón lo que, por un lado, permite comprender la obra de forma holista -y más partiendo de la coyuntura de que tiene un carácter programático-, por otro lado es imposible mantener la cota de atención durante los casi 40 minutos que dura la obra. Además, el discurso, desde mi punto de vista, necesita detenerse: para reflexionar, para respirar, para entender lo que sigue. No se puede unir Razliv con Aurora, ni ésta con El amanecer de la humanidad. Asimismo, varios de los materiales que utiliza, los cuales son tomados de canciones populares, son repetidos incanasablemente, por lo que tocar la sinfonía del tirón sólo agudiza la pesadez de la reiteración.
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